viernes, 1 de junio de 2018

El arte de trazar con letras

Muda. Sin palabras. El vacío anidó en su pecho y el silencio le arropó con esos raquíticos brazos que ella tanto temía, secuestrándole el alma.

Se despidió de volver a oler la tinta en el papel, de escuchar el sonido abrumador de las palabras antes de ser escritas... El tintero de sus venas terminó hecho añicos.

¿Lo peor de todo?

Que fue ella misma quien se lo provocó. Si, su propio castigo interpuesto por sentencia. Se arrancó las palabras, abandonó la pasión y amordazó el impulso de escribir. Se veía incapaz de crear, pues le hicieron creer que solo era capaz de destruir. Un acto infantil impregnado de rabia y confusión.

Pasó perezosamente el tiempo y algo comenzó a despertar como una fiera adormilada. El silencio abandonó el fuerte agarre. Las palabras salieron de su pecho a borbotones, con una ferocidad hambrienta escondida en sus dedos de escritora, al darse cuenta de que era imposible no dejar libre cada reflexión que se había obligado a acallar.

Porque echaba de menos esa sensación. Un cosquilleo desde la punta de sus dedos de los pies hasta la coronilla, recorriéndole por todo el cuerpo a través de un escalofrío electrizante. Bueno... “Echar de menos” era quedarse corta. Porque, cuando por fin decidió volver a escribir, era como si estuviera predestinada a ello. Por supervivencia, tuvo que hacerlo como el respirar, dormir, reír, follar, comer o amar.

Sí, así era... Una acción de primera necesidad, para no perder la poca cordura que le queda y dejar escapar todos aquellos pensamientos que le acorralan. 

Si es buena o si es pésima en ello, le da absolutamente igual. Siente que la tinta vuelve a correr por sus venas y que cada partícula de su existencia está por y para trazar todo aquello que siente con tan solo 27 letras.

Ya sea para lanzar al aire una frase directa, de esas que parecen aguijonazos al azar y te dejan sin aliento porque son breves y sinceras; o para dar forma algún texto, de esos que no tienen ni pies ni cabeza y se deben desmenuzar para encontrar cada vez un significado nuevo. 

Volvió a hacerlo sin saber qué le hizo lanzarse a aquello. 

Al principio, paralizada frente al blanco papel sin tener alguna idea de qué poner y, ya en el final, confiada y dejándose llevar con una actitud despreocupada. Igual que aquella vez que volvió a montar en bici, tras varios años sin subirse a una y haciéndolo desde lo alto de una cuesta empinada. Recordó que se sintió igual durante cada momento, desde que logró tragarse los nervios enredados en su garganta; hasta que sus pies abandonaron los pedales, al dejarse llevar por su lado más temerario.

Y ahora, vuela. 

Y ahora, escribe.

Y ahora, ella es más que nunca y nunca ella será menos. 

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