martes, 19 de noviembre de 2013

Una espera en una tarde de Noviembre

Primero ante todo... sé que hace mucho, milenios tal vez, que no me dejo caer por el blog. He estado un poco liada y acabo de encontrar un poco de tiempo para ofreceros algo nuevo, no es un relato (pero ya vendrán... ¡lo prometo!). No, hoy vengo para hablaros de lo que hice una fría tarde de noviembre en Madrid hace ya casi una semana y media, exactamente el 8 de noviembre.


¿Y por qué contaros sobre lo que parece que fue una simple y aburrida tarde? Pues porque Patrick Rothfuss decidió dejarse ver ese día por las calles de Madrid, haciendo que las puertas del Fnac de Callao abriesen hasta altas horas de la noche para que firmase sus aclamados y conocidos libros de la saga "Crónica del asesino de reyes", por ahora solo están publicados dos de la trilogía cuyos nombres son: El nombre del viento y El temor de un hombre sabio. (Siendo el tercer libro: Las puertas de piedra)



Para mí (y para aquellos que hayan podido internarse en el mundo que este escritor ha creado) son dos de los mejores libros que se hayan podido escribir en toda la historia literaria. Podría considerarse que esta afirmación es un tanto exagerada, pero según las críticas que hay sobre ella esto está más cerca de realidad que cualquier otra afirmación. (En la siguiente entrada que subiré a  los pocos segundos de esta, os contaré más sobre estos libros).

Pues bien, solo por conseguir su firma en la primera hoja de mi libro hizo que mereciese la pena el haber esperado siete horas... Sí, habéis leído bien, siete horas ni más ni menos para atravesar las puertas del Fnac y que Patrick Rothfuss deslizara su bolígrafo por la página para plasmar su firma. Por lo que sé, fuimos casi mil personas fanáticas de esta historia que esperaron en una laaaarga fila consiguiendo sacar cientos de miradas anonadas de los transeúntes, que no lograban entender que estaba sucediendo o cuál era la causa por la que una multitud de personas atravesarán todo Callao hasta torcer y subir por la Gran Vía. Por supuesto, pude ver orgullosa cómo las personas abrían aún más la boca al descubrirse el misterio y el mostrar que somos muchos los jóvenes que para nada somos ignorantes o incultos y que, sí, sabemos leer y disfrutamos de un buen libro.

Fui con una amiga, también lectora de esta saga, y ni cortas ni perezosas nos plantamos en medio de la plaza con nuestros libros, nuestras miradas emocionadas y una sonrisa de oreja a oreja ante la excitación de poder ver a este gran escritor. El típico frío de Madrid se internó en nuestros huesos nada más pararnos y el viento gélido soplaba, a veces con fiereza como si quisiera derribarnos y otras con suavidad para darnos duras caricias en nuestras mejillas sonrojadas. Las horas iban pasando, mientras observábamos sorprendidas que cada vez se unían más y más personas y respondíamos las preguntas de la gente que pasaba por allí. (Al inicio con paciencia, luego con un poco de gracia al ser la causa de un juego para saber cada cuánto preguntaban y si conocían o no al escritor; y finalmente un tanto irritadas tras estar de pie durante varias horas y temblando de arriba a bajo). 

Las puertas se abrieron a las siete y media (tras dar Patrick su entrada triunfal donde recorrió toda la cola que se había formado), y la fila fue avanzando poco a poco, con paso lento y sosegado. Se  oían rumores como que tal vez no podíamos ser tan afortunados y que nos iríamos a casa con las manos vacías. Pero a las doce y veinte de la noche mi amiga y yo atravesamos las que para nosotras se convirtió en odiadas y detestables puertas, aunque extrañamente deseadas por estar a un palmo de nuestro objetivo.

El cansancio que nos había abordado poco a poco, la emoción de estar frente a él y el frío que no quería soltarse de su abrazo hizo que nos moviésemos como almas perdidas por la sala sin saber qué hacer, qué decir o si quiera cómo nos llamábamos. Yo era la 524 y fui la primera de las dos, las azafatas nos hicieron una foto con nuestras cámaras y pude ser una gran afortunada al lograr que el escritor se trabara con mi nombre al querer pronunciarlo bien. Típicas frases salieron por mi boca, como un "It's awesome to meet you" o "Thank you for write this book". Sonreí acentuando el calambre de mis mejillas y dejé paso a mi amiga, la 525. En la vuelta a mi casa, a penas podía quitar mis ojos de esa firma en esa blanca hoja que tanto me había costado, porque lo suyo me había costado. Y al día siguiente fue cuando me enteré de que todas y cada una de las personas que esperaron pacientemente en la fila consiguieron entrar, hasta que a las tres y cuarto de la mañana se cerraron. No suelo ir mucho a las firma de libros, pero me sorprendió y todavía sigo sorprendida de todo lo que ocurrió.

He de decir que no solo la firma fue lo que me lleve ese día, también el conocer a personas, aunque pocas pero muy simpáticas, que hicieron que varias de esas horas pasasen más rápidas; además de tener la anécdota de cómo hice la idiotez de estar siete horas de pie en una tarde de noviembre en Madrid para ver a un escritor y que me firmase un libro. Firma que aún sigo enseñando toda orgullosa a todo el mundo que está a cinco kilómetros a la redonda.


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