domingo, 16 de febrero de 2014

Tú, ella y yo

Son las cuatro de la madrugada y no he dejado de darle vueltas a este caos que lleva consumiendo mi mente exhausta durante tantas horas...
Sin embargo, hace poco que he entrado por la puerta de mi habitación y me he dejado caer en la cama; sin quitarme la camisa, con el cuerpo entumecido y los huesos calados. Sí, claro que he intentado dormir; pero no he sido capaz de cerrar los ojos. He estado observando el techo totalmente paralizado, con miedo de hacer añicos el silencio ensordecedor que reina.

Mis pensamientos no han cesado de abordarme. Lo reconozco, me he dejado llevar por mi impulso más primario y he comenzado a dar forma, a través de las simples y necias palabras que lees en esta carta, los sentimientos que han quebrado mi pecho.

Por lo que aquí estoy, bajo la tenue luz de la vieja lámpara que me regaló una de las tantas desconocidas que han irrumpido en mi vida, arrasando a su paso sin ninguna consideración por su parte.

Fuera, llueve. Mucho. Demasiado… Pero a pesar de las tormentas que se crean en mi cabeza, no puedo evitar dibujar una sonrisa. Y es que debes saber que no dejo de pensar en otra cosa que no seas .

, la mujer que provocará por capricho el derrumbe de mi vida con caricias y susurros. Y yo te dejaré hacerlo, pues no me importará que me destroces con cada Te quiero. Porque daré lo que sea para que tus ojos de color ámbar nunca dejen de atraparme y secuestrarme la mirada. Estaré esperando con ansias a que me asfixien cuando me observes, porque no querré dejar de escuchar a mi corazón retumbar como si quisiera desprenderse de mí.

Será de locos. Un vaivén de sensaciones en el que a veces nos preguntaremos el sentido de todo. Pero a pesar de ello, crecerá en mí una adicción que no me dejará pensar con tranquilidad. Lo único que ocupará mi mente de drogadicto será esa breve y extraña explosión que surgirá en mi pecho, cada vez que tus dedos dibujen a fuego con un leve roce mi piel. Dejando quemaduras perdurables que jamás serán borradas.

Dios, tengo tantas ganas de que llegue ya ese momento en mi vida. Aquel en el que llegue a sentirme seguro y sin miedo a perderme.

Pero antes de todo, para que no haya confusiones, debo decirte una cosa… Sigo estando enamorado de otra.

Lo sé, cuesta creerlo. Tras todo lo que te he escrito y, ahora, te digo que no te pertenezco. Odio reconocerlo y me duele pensar que creas que soy un cualquiera, otro capullo al que le gusta jugar con tus sentimientos. Pero no es cierto, nada de lo que te digan es verdad. Soy ese tipo que se ha pateado las callejuelas de Madrid y que ha llegado a las tres de la madrugada a su casa. Soy ese idiota que ha dejado escapar varias lágrimas, que se han fundido con la lluvia que tiñe la ciudad de un grisáceo enfermo. Me maldigo a mi mismo por haberlas dejado caer por alguien que no se lo merece, alguien como ellaElla, una mujer de tacones altos y de pintalabios rojo y barato.

Ahora que lo pienso…. Creo que la razón por la que apenas puedo dormir es porque me veo reflejado en ella, pues tiende a autolesionarse con el primero que le guiña el ojo. Sé que no se da cuenta de que lo mismo que le hacen esos hombres, ella me lo hace a mí. ¡Y maldita sea! ¿Por qué no le entra en la cabeza de que se merece a alguien mejor?

Ya sabes cómo es esto, ¿quién no lo veía venir? La misma historia de siempre, que se repite una y otra vez, dejando traumas sentimentales que son irreparables.

No quiero ponerte celosa, pero es que a penas soy capaz de olvidar el sabor de sus labios descoloridos. Volvería a besarla, a permitir que me mirara con esa sonrisa que logra paralizarme el pensamiento… Me aborrezco por reconocerlo. Sé que he hecho mal en permitir que suceda este desastre; pero ya son tantas las cosas que hago mal, que ahora lo único en lo que soy experto es en equivocarme. No sé cómo terminará esta situación, este tira y afloja… Y eso me aterra.

Comprenderás el porqué te escribo sin ningún miramiento. Soy un cobarde que se desahoga con la tinta medio gastada de su pluma y una arrugada hoja en blanco. Un egoísta que se deja llevar por la estúpida idea de que te lleguen mis palabras y así alimentar tus esperanzas.

Pero, en verdad, no seré capaz de dártela. Porque una parte de mí confía en que un día ella me vea... Pero la otra parte quiere que tú vengas, al creer ciegamente en que lo harás una vez que leas esta carta; ya que querrás hacerme olvidar a la que originó este estropicio…  Y siento decirte que yo me decanto por la primera opción.

Pues, a pesar de lo que te he escrito al inicio, sé que los primeros párrafos han sido obra de mi desesperado y herido orgullo, que ha sido maltratado sin querer por esa mujer de ojos grises. Sé, que de todo lo que he deseado sentir por ti, no quedará ningún rastro cuando deje de estar ebrio. Y porque no quiero ser tan cruel como para permitir enfundar esas esperanzas en ti; cuando sé que volveré a recaer y que ya no será uno, sino dos los que terminen heridos.

Por lo que esta carta quedará custodiada en el fondo de mi cajón, junto con las cientos que te he escrito.


Y tú… Tú continuarás sin saber que te he deseado durante cada madrugada, porque permanecerá en mi fingido olvido.

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