miércoles, 9 de abril de 2014

Un supuesto crimen perfecto

Una mujer muerta, su marido, su amante, dinero de por medio y un frasco de colonia. Estos eran los elementos que se encontraban en el caso que había estado llevando la inspectora Grace desde hacía meses.

Sus ojos castaños observaron lascivamente la gran casa que se erguía en frente de ella. Una vieja mansión de incontables habitaciones y pasillos inmensos por donde uno podía llegarse a perder sin saber exactamente en qué parte de la casa se encontraba. 


Dio una última calada al cigarro y tiró la colilla al suelo, pisoteándola ligeramente con el tacón. Carraspeó y cuadró los hombros preparada. Con el rostro serio y dando comienzo a su pequeña actuación, llamó al timbre y esperó a que alguien le oyera y acudiera a abrir. Así sucedió a los pocos segundos y fue un joven hombre, rubio y de ojos azules, quien le dio la bienvenida. El señor Logan Dannwick, el marido de la difunta Rose Dannwick, la propietaria de una de las empresas de innovación médica que servían de pilar para la economía de la ciudad; o bueno, ex propietaria ya que ahora ese cargo le correspondía al hombre que le observaba intrigado ante la repentina visita de la inspectora.

 —¿Puedo ayudarla? —inquirió el hombre con cierta molestia al haberse visto interrumpido en una llamada importante. 

Una ligera sonrisa fue dibujada por los labios de Grace.

 —Solo pasaba por aquí y me he aventurado a probar si se encontraba en casa para ver que tal estaba —respondió la joven—. No hace ni tres días que hemos cogido al asesino de su mujer y debe de seguir usted afectado, todavía. Espero no haberle molestado.

El hombre se pasó una mano por el cabello, apartando varios mechones que caían por sus ojos y se forzó en devolverle la sonrisa. Dio un paso hacia atrás y abrió completamente la puerta.

 —Claro que no —dijo rápidamente—. Por favor, pase.

Así lo hizo y siguió al señor Dannwick hasta el gran salón.

—No quiero entretenerle demasiado, por lo que no estaré aquí mucho tiempo —comentó la chica sentándose en uno de los tres sofás que rodeaban la chimenea apagada y de la que aún se desprendía el olor a madera quemada.

El hombre rió entre dientes y se sentó en frente de ella, con la corbata desanudada y el cuello de la camisa ligeramente abierta. Sus ojos azules eran casi cristalinos, su mirada cansada y hacía días que no se había afeitado. Su apariencia no era diferente al resto de días anteriores en los que le había visto, mientras ella indagaba en el rompecabezas en que se había convertido la muerte de Rose Dannwick. Logan sacó una pitillera del bolsillo de su camisa.

 —¿Quiere? —preguntó cogiendo un cigarro y poniéndolo entre sus labios.

La inspectora negó amablemente y se cruzó de piernas, intentando ocultar su incomodidad. El hombre se encogió de hombros y lo encendió con el mechero que había recogido de la mesa pequeña. Dio una calada y soltó el humo poco a poco. Sin dejarse intimidar, analizó rápidamente a aquel hombre. Sí, era guapo, ¿para qué engañarse? Pero esa mirada y esa sonrisa que era deslumbrante, ocultaba el lado de un hombre que podía a llegar a perder los estribos rápidamente y a dejarse llevar por la ira que prendía fugazmente.

 —¿Y bien? — preguntó Logan con esa fingida sonrisa divertida.

De nuevo, la mujer cuadró los hombros y tomó aire ligeramente.

 —Bueno… la verdad es que ha costado mucho dar con el asesino de su mujer. Debió de ser una gran sorpresa para usted el saber que tenía un amante y que él había sido quien la mató —dijo.

Logan se acomodó en el sofá y volvió a dar otra calada.

 —Indudablemente, inspectora —asintió conciso—. Aunque tenía mis sospechas sobre lo del amante desde hacía tiempo… pero me negaba a considerarlo como cierto.

 —Ya… —comentó pensativa Grace—. Pero hay una cosa que no llega a cuadrar; ciertamente, hay algo que no comprendo y que me ha llevado a pensar de manera diferente a mis compañeros.

El señor Dannwick deslizó el pulgar por su labio inferior y chasqueó la lengua.

 —¿A qué se refiere?

—De acuerdo con las pruebas, su mujer decidió terminar con la relación que llevaba a escondidas por algún sentimiento de culpa (como así admitió el señor Fever) y él, negándose a ello, decidió matarla a través de un regalo que solía hacerle en muchas ocasiones… Un frasco de colonia donde estaba contenido la suficiente cantidad de veneno para matar a su mujer. Su trabajo de médico al tratar con este tipo de sustancias en el hospital y el ticket de compra de la colonia que realizó George Fever ha sido suficiente para hacerle culpable.

Logan curvó una ceja.

 —¿Y dónde se encuentran ese cabo suelto que existe para usted?

—Bueno, son suposiciones… ya sabe hipótesis y todo eso —calló durante unos segundos y continuó—: Imagínese en un caso parecido a este, una mujer importante y con gran fortuna. Ésta se casa con un hombre, dando lugar a un matrimonio que dura cuatro años. Pero en esos años, la mujer conoce a otro hombre médico y comienzan una relación en la que se ven a escondidas ya que la mujer, creyendo que el marido le ama, no quiere herirle; y menos aún que sus nombres aparezcan en los medios de comunicación —carraspeó—. Pues bien, pensemos que nos encontramos ante una situación en la que el hombre en realidad no ama a la mujer y solo se ha casado por su dinero, consiguiendo engañarla. Supuestamente, un día el marido encuentra un nuevo frasco de colonia que pertenece a su mujer. Él, claro está, no se lo ha regalado y su mujer no lo ha comprado como así ha podido ver en sus facturas. Por lo que solo queda una última opción, alguien se lo ha regalado; y empieza a darse cuenta de los pequeños indicios que ha pasado por alto en la actitud de su mujer en ese último año. Hipotéticamente, se le ha presentado la oportunidad que tanto esperaba y a partir de ahí, decide aplicar un veneno que siendo inhalado continuamente puede llegar a matar en una semana, veneno que casualmente es tratado por nuestro médico enamorado. El amante es quién le da la vía de acabar con su mujer y quedarse con la fortuna. Lo único que debía hacer era darle el último golpe de gracia, hacer un comentario en el que daría entender a su mujer de su secreto y ella, desesperada para que no saliera a la luz y manchar así su nombre, decidiera dejar al amante... A la semana, aparece repentinamente muerta y por lo tanto, sería el móvil idóneo para un asesinato, los celos del amante que no puede vivir sin ella.

Tras acabar, Grace le observó detenidamente; encontrándose con la sonrisa siniestra de Logan y una mirada oscura en sus ojos azules.


 —Por lo tanto, inspectora, hipotéticamente, sería el crimen perfecto, ¿No es así? 

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